Época: arte arcaico
Inicio: Año 525 A. C.
Fin: Año 510 D.C.

Antecedente:
El relieve. Frontones

(C) Pilar León Alonso



Comentario

Quien por primera vez llega al Museo de Delfos pendiente del encuentro con el célebre Auriga y previamente accede a la Sala del Tesoro de los Siphnios, queda deslumbrado por los destellos de candor, genialidad y boato narrativo emitidos por aquellas placas de mármol pario, sin duda las más representativas del relieve arcaico y uno de los conjuntos más fascinantes entre los muchos que ofrece la decoración escultórica. Atraído por el tropel de personajes representados en las más diversas actitudes -unos discuten, otros gesticulan, los más se enzarzan en feroz combate-, el visitante se interesa por lo que allí está pasando, que son episodios mitológicos, entre los que destaca la corte olímpica reunida en asamblea para decidir sobre la Guerra de Troya; la batalla de los Dioses contra los Gigantes; el Juicio de Paris y el rapto de las hijas de Leucipo por los Dioscuros, temas respectivamente de los lados este, norte, oeste y sur del friso.
Los relieves de los lados este y norte son los mejor conservados y los que permiten hacer más exactas observaciones iconográficas y estilísticas. La asamblea de dioses representada en el lado este es presidida por Zeus sentado en un lujoso trono en medio de los dos bandos que han formado los demás dioses; a la izquierda del espectador están los protectores de los troyanos y a la derecha los de los aqueos. Entre los primeros vemos a Ares, dios de la guerra, que sostiene el escudo y empuña un arma, perdida, con la mano derecha; ante él Afrodita o Leto y Artemis llaman la atención de Apolo, que se vuelve vehemente hacia su hermana. Entre los segundos tenemos a Atenea en conversación con Hera y, posiblemente, con Deméter, tan alteradas y gesticulantes como los del bando contrario. A los pies de Zeus se postra Tetis para suplicar por su hijo Aquiles, de la que sólo se conservan los dedos de la mano que tocan la rodilla del dios. La escena es fastuosa, como indican los atuendos y el mobiliario, pero no oculta las pasiones, intrigas y sentimientos encontrados de los protagonistas, que discuten locuaces y acalorados.

Efectos aún más dinámicos e inquietantes, crueles a veces, se logran en la Gigantomaquia del lado norte, en la que los dioses avanzan en el sentido normal de la marcha, de izquierda a derecha, y los Gigantes al contrario, convencionalismo que da a entender que aquéllos son los vencedores. Las mismas dotes de penetración psicológica constatadas en el lado este se repiten en el norte, unidas a una gran calidad plástica. Artemis y Apolo disparan flechas y como flechas avanzan ellos raudos e implacables contra toda una formación de gigantes, representados como hoplitas. Hera y Atenea se nos muestran en perfecta antítesis: Hera, consorte oficial de Zeus y señora del Olimpo, acude al combate revestida de sus mejores galas; y naturalmente se ve en apuros para deshacerse de un gigante que yace a sus pies. En cambio, Atenea, toda sagacidad y precisión, armada de pies a cabeza, está en su elemento; ha dejado fuera de combate a un gigante y se dispone a despachar a otro.

El análisis de los lados oeste y sur no puede ser minucioso por su estado fragmentario, pero merece ser mencionado un detalle del Juicio de Paris representado en el lado oeste, que nos muestra a Afrodita en el momento de bajar de su carro. Con gracia y agilidad envidiables la diosa salta a tierra y, deliciosamente frívola, se lleva la mano al cuello para ponerse un collar.

En los trabajos del friso tomaron parte dos maestros distintos con sus respectivos equipos de ayudantes y colaboradores; uno es responsable de los lados este y norte y otro de los lados oeste y sur. El maestro de los lados este y norte es un escultor joven e innovador, gran conocedor del mármol de Paros, formado en talleres de las islas o de Asia Menor e influido por las maneras áticas, mientras el maestro de los lados oeste y sur demuestra apego por las fórmulas tradicionales impuestas en los talleres jonios.

Ecos del estilo acuñado en el friso del Tesoro de los Siphnios llegan a la Magna Grecia y se observan en las metopas del templo de Hera en Foce del Sele, obra de los años 510-500.